¿Quién es Lola Oporto?, un retrato de la investigación criminal desde el punto de vista femenino
El periodista José Antonio Sau hace un homenaje a las mujeres de los cuerpos policiales en su última novela.

Según el escritor y periodista José Antonio Sau “hay demasiados detectives masculinos en la historia de la literatura, algunos brillantes, otros más modestos”, por eso, se decidió a escribir el libro que nos ocupa hoy, ¿Quién es Lola Oporto?, un retrato de la investigación criminal desde el punto de vista femenino.
PREGUNTA. ¿Es ¿Quién es Lola Oporto? una novela policial al uso?
Esta obra no es una novela policíaca al uso de las grandes novelas enigma que todos hemos conocido en las que un detective con grandes dotes de intuición resuelve, basándose en escasas pruebas y su proverbial sagacidad, un misterioso asesinato. Esta novela se ciñe más, tal vez, al género negro y respeta sus reglas, aunque también lleva hasta el límite las costuras de este género pues tal vez sean varias novelas en una: hay una novela policíaca en la que Lola Oporto hace gala de su inteligencia y experiencia a la hora de resolver crímenes; hay una novela negra en el sentido de que está reflejada la sordidez de determinados ambientes y personajes, hay una dualidad en sus formas de ser y de enfrentarse al mundo, nadie es bueno ni malo per se; hay una novela de sentimientos, porque se retrata con precisión el complejo mundo de las relaciones interpersonales y, tal vez, una novela histórica, porque se refleja la evolución de la Costa del Sol desde la inocencia de los años cincuenta hasta la época posterior a los años del boom inmobiliario
P. ¿Por qué eligió un personaje femenino como protagonistas?
Bueno, la verdad es que Lola Oporto se dibujó en mi mente desde el mismo momento en el que decidí escribir una novela policíaca o negra. No tuve elección. Ella me eligió a mí y pensé que su historia merecía ser contada. También es un homenaje a todas esas mujeres investigadoras que tantos años de trabajo y lucha de sus vidas se han dejado en los distintos cuerpos policiales para hacer frente al crimen. Hay demasiados detectives masculinos en la historia de la literatura, algunos brillantes, otros más modestos. Quería mostrar la investigación criminal desde el punto de vista de una mujer. Espero haberlo conseguido.

P. La novela discurre entre dos personajes, ambos sumidos, por distintos motivos, en una crisis personal. ¿Puede hablarnos de ello?
La premisa de la novela es una pregunta que me hice viendo la película dedicada a cómo Hannah Arendt escribió el libro sobre el juicio al coronel de la SS Adolf Eichman en Israel a principios de los sesenta. Ella habló de la banalidad del mal y reflexionó sobre cómo una persona tan gris, tan metódica, un burócrata muy alejado de lo que pensamos que es un monstruo, organizó el transporte a los campos de concentración de millones de seres humanos con una eficacia tremenda, tristemente. Lamentablemente, era la persona que se exigía para un puesto así. Mi reflexión reside en que cualquiera de nosotros, si se dan las circunstancias adecuadas para ello, adversas por supuesto, puede convertirse en un asesino y para eso no hace falta ser un psicópata, sólo un ser vivo.
P. La trama se desarrolla en distintos puntos de la Costa del Sol después de la grave crisis económica que hemos sufrido. ¿La literatura de nuestro país ha empezado a plasmar este suceso histórico en sus narraciones?
Sí, ese camino se está recorriendo felizmente. El desaparecido Félix Bayón lo hizo y Rafael Chirbes elevó esa reflexión sobre los años de vino y rosas a la categoría de arte con Crematorio. Aparte de esa obra maestra y otras novelas y libros de cuentos, todavía nos falta perspectiva para analizar con detenimiento y sin pasión qué nos pasó a los españoles entre 2000 y 2006, los años del ladrillo, y, sobre todo, la época de indignidad moral y económica que hemos vivido después del boom de la construcción, esa crisis en la que había gente quitándose la vida porque el banco que le dio un crédito imposible de devolver y luego le reclamaba la casa. Yo intenté hacer una aproximación a las cenizas del maremoto económico en mi primer libro, Cuentos de la cara oscura, y ha habido algunas obras notables en ese aspecto. Pero nos falta tiempo para terminar de hacer la digestión artística de la crisis. En los próximos años tal vez veamos una eclosión de literatura sobre los años del ladrillo y la crisis, aunque ya hay quien transita ese camino.
P. ¿Emilio Lupiáñez habría tenido otro final si no hubiera sido “víctima” de esa crisis?
Posiblemente hubiera continuado siendo un psicópata emocional –miren a su alrededor en la empresa en la que trabajan– y un vividor pero no habría planeado el asesinato de nadie. Las circunstancias adversas muchas veces determinan que una naturaleza diabólica se desboque. Eso es lo que le ocurrió a él. Así que, si no hubiera sido víctima, entre otras, de una crisis económica, posiblemente no se hubiera convertido en un asesino.
P. Lola, la protagonista principal de esta novela, está en conflicto con su familia, concretamente con su padre, también policía. A este respecto, ¿el prestigio está por encima de las relaciones familiares?
Para mucha gente sí. Tengo una amiga política cuyo padre le dijo que nunca hiciera nada de lo que tuviera que avergonzarse y ese es el espíritu del enfrentamiento que hay entre Lola y su padre. Lola es una investigadora de nuevos métodos, que ha estudiado y ha sabido engrasar sus innegables dotes para la investigación criminal; su padre, por otro lado, es un policía retirado que valora, por encima de todo, que se haga lo correcto, encarnando una ética pública que desgraciadamente se ha perdido. Lo que hago al retratar esa pelea es enfrentar el relajamiento de la moralidad pública que sufrimos en estos días con algunos valores eternos como los que tienen nuestros mayores. En algunos sentidos, hemos involucionado. Si el padre de Lola siempre fue un ejemplo para sus compañeros y superiores, no puede permitirse tener una hija que manche ese historial.
P. ¿Cómo definiría a Lola?
Lola es una mujer de su tiempo y en su naturaleza se encierran rasgos de la personalidad que pueden hacerla capaz de lo mejor y de lo peor, como ocurre con el resto de los personajes. Es inteligente, sagaz, audaz, pero a veces las dudas le corroen, tanto en su vida personal como en su vida profesional. En otro sentido, es un símbolo de lo mejor que dio el cuerpo de policía y su unidad más prestigiosa, la Udyco de la Costa del Sol, que después de la operación Malaya y otros grandes golpes contra el crimen organizado fue desmantelada –sustituyeron a los antiguos miembros– por una serie de turbios asuntos. Su caída en desgracia es, también, el descenso de Lola a su peculiar infierno fuera de la policía. Como detective, tiene una gran intuición y sabe qué hacer en una investigación criminal compleja, pero los resultados no los logra a base de geniales deducciones intelectuales, sino de trabajar incansablemente a pie de calle en busca de los indicios, como mandan los cánones en la novela negra.
P. ¿Cómo ha sido el proceso creativo de perfilar a un personaje que se ve empujado –por Xs circunstancias- a cometer un asesinato?
Bueno, la personalidad de Emilio Lupiáñez tenía que ser reflejada como resultado de una evolución, así que pasó de ser un chico pusilánime de un barrio marginal a convertirse en el vendedor más importante de los grandes almacenes más prestigiosos de la ciudad y eso conlleva dinero, cierta fama profesional y desenfreno. Su vertiginoso ascenso a la cúspide social va modulando su personalidad, de forma que lo hace menos empático, porque el poder tiene la mala virtud de alejarte de quién eres realmente para convertirte en alguien ajeno a la realidad. Pero también hay cosas buenas en él: es capaz de querer a una de sus hijas y de preocuparse por ella y, en el fondo, no deja de seguir los patrones de una suerte de justicia poética, legalmente rechazable pero humanamente comprensible. Cincelar un personaje con tantos claroscuros es complicado para un escritor, pero diría que hay que usar el martillo y el cincel con mucho mimo para que el resultado no sea el de crear personajes demasiado diabólicos o apolíneos. Espero haberlo conseguido.
P. Respecto a su doble faceta de escritor y periodista, ¿eso le ha ayuda a la hora de escribir la novela? ¿En qué sentido?
Bueno, mi área en el periódico en el que trabajo es la de tribunales, así que eso ha reducido considerablemente la documentación, porque uso muchos casos que he cubierto como parte de esta historia. Por otro lado, tal vez detalle con más mimo o celo las historias, dándole en algunos tramos a la novela un tono de reportaje literario o documental. También me ha influido en la elección del punto de vista. La elección de una tercera persona omnisciente, frente a la primera habitual en el género negro, trata de emular a una cámara que muestra una secuencia de acontecimientos aunque, a veces, hay que entrar y tomar partido. Eso hace el narrador para que los personajes no se le vayan de las manos. Creo que también se nota que soy periodista en el sentido de que es una novela muy visual. Podría ser un guion de cine sin problema.
P. ¿Podría hablarnos de sus influencias literarias?
Son tantas que esta entrevista se quedaría corta para relatarla, pero en novela negra me gustan mucho tanto Mankell como Philip Kerr o Márkaris, sin dejar de lado a los grandes del género, principalmente a Chandler; ya en otro estilo, me encantan Ramiro Pinilla, Javier Cercas y David Trueba, sin dejar de lado a narradores tan dispares como Pérez-Reverte, Javier Marías o Fernando Quiñones. Pero hay muchos más: Man, Hesse, Dumas, Vargas Llosa, Eduardo Mendoza, García Márquez o Paul Auster (una de mis debilidades, sin duda alguna). Soy un lector compulsivo, voraz y desordenado, de forma que mezclo clásicos con obras de maestros actuales y de todos he aprendido algo y a todos ellos debo demasiado. Entre los cuentistas, destacaría a Italo Calvino.
P. y, por último, el título ¿Quién es Lola Oporto? es un homenaje al también escritor Antonio Soler y su novela Héroes de la frontera. ¿Qué ha significado para usted la obra de este escritor?
Soler es malagueño, como yo. Soler ha sido el gran narrador de la Málaga de los setenta y los ochenta y mi niñez discurrió en la segunda de esas décadas, así que puedo palpar aún muchas de las escenas de este escritor insertas en sus diferentes libros, especialmente en El camino de los ingleses. Es una persona que ha sabido medirle el alma a esta urbe, como hizo Mendoza con Barcelona, y su mensaje es universal, que para mí es la cualidad esencial de un escritor: cuenta lo que pasa en tu aldea y estarás retratando un problema o una preocupación universales compartida por millones de hombres y mujeres de todas las épocas. Así que a Soler le debo una nueva forma de mirar a mi ciudad y de enfocar la literatura: creo que se pueden contar todo tipo de historias con un lenguaje que tienda a la belleza formal y expresiva sin rozar el discurso narrativo almibarado. Tal vez eso no se refleje en esta novela, porque en una ficción del género negro priman los hechos al lenguaje (Chirbes nos enseñó que es posible conjugar esos dos aspectos), pero sí se ha dejado ver en mis dos libros de cuentos. Y, por último, creo que Soler es el escritor que mejor ha reflejado la etapa humana en la que la niñez comienza a decir adiós y va dejando paso, paulatinamente, a una adultez llena de misterios y amenazas. Retratar esa complejidad es tan difícil como abrazar a la luna y poder contarlo después.